El gallinero
Arquitectura: Arnau estudi d’arquitectura
Fotografía: Marc Torra_fragments.cat
Desde: Archdaily
Pitas, pitas, pitas… nos llamó el paisaje de nuestra infancia. Y nos acercamos a ese gallinero despedazado. Y él nos ofreció un corzo que nos observaba, un pito real escurridizo y unos campesinos que nos regalaban calabacines y cebollas. Y llegó la niebla de las mañanas de invierno, y la escarcha. El agua corría por las acequias y cogíamos los nísperos del árbol. Y ya no podíamos irnos. Porque queríamos ser parte de ese paisaje, sin hacer ruido, con los ojos abiertos y el espíritu gozoso.
Y en la mesa de nuestro gallinero, dibujamos temblorosos sobre papeles reciclados mientras escuchamos las músicas de nuestra vida. Tomamos café sentados en el banco del patio. Y nos gusta que llueva y haga frío, porque después el sol brilla aún más. Vemos pasar las estaciones y la vida por la ventana mientras sabemos que este pequeño paraíso es tan sólo un fragmento del espejo roto de nuestra vida.
Y cambiamos nuestra mirada; nos hacemos pequeños mientras admiramos las potentes ráfagas del vuelo del pito real, los ligeros saltos del corzo y la sencilla nobleza de estos campesinos, que antes cuidaban el huerto y las gallinas y hoy también cuidan de nosotros.
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