DECADENCIA Y RECUPERACIÓN DE LA MADERA ESTRUCTURAL
En España, aunque no solo, se está evidenciando desde hace unos años, ya muy claramente, un cierto renacimiento en el empleo de la madera para uso estructural en edificación. Nos proponemos analizar en este artículo algunas de las muchas razones a las que ello obedece. Y, desde luego, entre ellas destaca la promulgación, en 2006, del Código Técnico de la Edificación, que incluyó a la madera estructural por primera vez en la normativa técnica española.
La situación previa había llevado a la práctica desaparición del material leñoso en estructuras, no así en pavimentos y otros acabados, a partir de la irrupción de los materiales alternativos que se fueron desarrollando a finales del siglo XIX y, especialmente, en los primeros años del XX. Primero fue el acero, aunque el hierro y algunos derivados eran bien conocidos desde prácticamente la antigüedad prehistórica, pero que solo empieza a fabricarse en la versión que conocemos, “al carbono”, y en la cantidad suficiente como para que su precio y disponibilidad le permitieran incorporarse al repertorio de materiales de construcción, tras los desarrollos de Bessemer (1856) y, especialmente, de Carl Wilhelm Siemens (1878). Su condición incombustible, tenaz y de alta resistencia enseguida generaron un tremendo impacto en las estructuras arquitectónicas, mayormente en edificios altos. Por ejemplo, en la reconstrucción del centro de Chicago, tras su gran incendio de 1871, en la que coincidieron otros eventos decisivos cuyo tratamiento desbordaría los límites de este trabajo. Y en iconos tan representativos e influyentes en la ingeniería del momento como la torre Eiffel (1887-89; Img. 1), o el londinense Crystal Palace (1850-51), de Joseph Paxton, primer edificio grande de acero y cristal, construido para la Gran Exposición universal de 1851. Sus imponentes dimensiones en planta, de 563,25 x 124,35 m, hubieran permitido albergar en su interior el terreno de juego de ocho Nou Camps.
Imagen 1. Torre Eiffel en París (Fuente: autor).
Su tremendo incendio, el 30 de noviembre de 1936, abrió los ojos a la ingeniería mundial sobre la sensibilidad del material metálico a las temperaturas alcanzadas en un incendio, e indirectamente impulsó al recién nacido hormigón armado. Su explotación por François Hennebique, a partir de las patentes de Monier y otros, iluminaron un sistema seguro contra las debilidades mostradas por el acero, también en términos de corrosión. Y ello fue magníficamente aprovechado por sus más brillantes pioneros, como Robert Maillart, Nervi o Candela (Img. 2), para inspirar a la ya de por sí revolucionada cultura arquitectónica de la mitad del siglo sobre las posibilidades creativas de un material capaz de ser conformado libremente en fresco, a cambio de una complejidad en los encofrados relativamente asumible a la vista del coste de la mano de obra de entonces.
En este estado de cosas, la madera iba siendo relegada a este tipo de medios auxiliares, apartándola del uso estructural. Y así se llegó, incluso, a prohibir de forma explícita en la Orden del Ministerio de la Vivienda, de 20 de mayo de 1969, por la que se aprobó la adaptación de las anteriores ordenanzas técnicas y normas constructivas, de 1955 y 1968, al texto refundido y revisado de la Legislación de Viviendas de Protección Oficial y su reglamento (BOE 23/05/1969). En ese momento, lógicamente, los nuevos planes de estudio de la carrera de Arquitectura (1964 y 1975) abandonaron el tratamiento de la madera estructural, y, con ello, su prescripción en los proyectos, despareciendo progresivamente las empresas y artesanos dedicados a ello. No contribuyeron su estigma de material obsoleto, combustible y sensible al ataque de algunos organismos de origen biótico.
Hoy la dirección de ese proceso se ha invertido, y se va imponiendo progresivamente una lógica técnica y medioambiental que algunos países, por ejemplo EEUU y los del norte de Europa, nunca perdieron. A ello han contribuido el desarrollo de productos derivados como, inicialmente, la técnica de la madera laminada, capaz de producir elementos estructurales estandarizados y fiables que, si no fuera por las limitaciones del transporte, podrían tener prácticamente cualquier dimensión y forma (Img. 3). Después llegaron, sin ánimo de exhaustividad, los tableros contrachapados, de OSB, la madera microlaminada y, últimamente, el brillante y polifuncional panel contralaminado o CLT (Img. 4).
A la vez, la industria ha ido poniendo a disposición del sector tratamientos altamente eficaces para el incremento de la durabilidad natural de algunas especies leñosas impregnables que no la tienen por sí mismas, como sí otras. Y a los pretéritos tratamientos con creosotas y demás derivados del petróleo se fueron añadiendo otros de gran eficacia protectora utilizando el agua como vehículo penetrador, en distintas disoluciones y dispersiones. Más recientemente se dispone de varias técnicas innovadoras para la modificación de la madera sin empleo de biocidas, como los tratamientos térmicos (Thermo-S y Thermo-D) y otras modificaciones químicas por acetilado y furfurilado, aplicado en autoclaves de vacío-presión, aunque con una aplicación muy relativa, de momento, en madera de uso estructural.
En paralelo, diversos grupos de investigación se han ido configurando en España, produciendo investigaciones de calidad publicadas en algunas de las revistas de más prestigio del mundo. Ello ha actuado de tractor para la organización de distintos cursos de formación de nivel postgradual, que han ido diseminando lo más avanzado de la técnica de construcción en madera a cientos de profesionales y técnicos. Las universidades, con la perezosa inercia que a veces las caracteriza, van introduciendo en los niveles de grado formación específica en el uso de la madera estructural, sus sistemas de unión y conceptos de diseño estructural relativos al particular sistema constructivo, dependiente de la fabricación en partes, transporte y montaje posterior. Han añadido impacto positivo algunas recientes y espléndidas construcciones, con alardes verdaderamente sorprendentes en altura, como los construidos en Londres por Waugh Thistleton Architects, de 6 y 9 plantas (The Stadthaus, en Murray Grove), o bien en la distancia salvada, como la magnífica cubierta del velódromo de Sangalhos, en Anadia (Portugal), del arquitecto Rui Rosmaninho y el ingeniero Daniel Moroder, con su cubierta elíptica de unos más que respetables 120 x 80 m libres (Img. 5).
Finalmente, no podemos obviar lo mucho que ha contribuido a este estado de cosas la reflexión colectiva que se viene produciendo, ya desde hace tiempo, sobre el cambio climático y el impacto insostenible que algunos aspectos de nuestra forma de vida están causando al medio ambiente. Y las sociedades actuales van tomando conciencia de que el empleo de la madera en construcción se puede contemplar hoy como una interesante estrategia de oposición a tal problema mundial. En efecto, una de sus causas, la ingente producción de CO2 y el consiguiente avance del efecto invernadero, puede contrarrestarse empleando el material leñoso como un eficaz sumidero de dicho gas carbónico. Teniendo en cuenta, además que, mediante su cultivo y una gestión sostenible de los bosques, la madera puede ser un recurso renovable y, por consiguiente, inagotable.
Parece claro que su reincorporación a un sector económicamente tan importante como el de la edificación hará que su conocimiento y su demanda crezca y, en un contexto de libre mercado, con ella lo deberá hacer también la oferta de empresas y productos basados en el material lígneo. Pero, a diferencia de cualquier otro sector o industria, una adecuada ordenación de este aumento de volumen traerá consigo evidentes beneficios colectivos indirectos como pueden ser la fijación de población en medios rurales, la mejora de suelos degradados y empobrecidos, el aumento de la biodiversidad, la mitigación de la erosión, el favorecimiento de la regulación del ciclo del agua y la mejora del paisaje.
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Editores del post: Maderayconstruccion
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