DE ALFOMBRAS VOLADORAS, TATAMIS Y ENGAWAS: LA MADERA EN LA CASA TRADICIONAL JAPONESA
Quizá en ningún otro lugar hemos sentido tan intensamente las cualidades materiales -e incluso espirituales- de la madera como en las casas tradicionales japonesas, algunas de las cuales pudimos visitar, hace ya varios años, en Kyoto y otras ciudades niponas.
Al igual que en cualquier arquitectura de carácter tradicional, fruto de la sabia adaptación al medio y la evolución natural de cientos de años, estas casas responden de manera sencilla, lógica y eficaz a las necesidades de su entorno. Aunque Japón es un conjunto de islas que recorren una amplia extensión, concretamente en la zona central, donde se encuentra Kyoto, el clima es relativamente templado y bastante húmedo. Además, allí la madera es un material abundante, lo que la convierte en muy adecuada para la construcción.
Los japoneses a menudo han hecho gala de su virtuosismo en el uso de la madera. Todavía recordamos la impresión que, allá por 1992 y siendo aún unos niños, nos produjo la visita al pabellón de Japón en la Exposición Universal de Sevilla, obra de Tadao Ando. Se trataba un enorme edificio de madera sin tornillos ni clavos, y esta característica era una de sus principales atracciones, hasta el punto de que fue uno de los pabellones más visitados de la feria. Como en los antiguos palacios japoneses, todas las conexiones entre las piezas se realizaban mediante uniones machihembradas. Los pilares, de madera laminada y con más de 17 metros de altura, se agrupaban de cuatro en cuatro. Esta escala monumental de los soportes estructurales, así como el modo de engarzar las piezas, el carácter intercambiable y recuperable de las mismas, la construcción con ménsulas superpuestas o la forma curvada de su fachada remitían a la arquitectura tradicional japonesa
De manera similar a esos grandes palacios y templos, en los espacios domésticos japoneses la madera lo construye casi todo, configurando desde la primigenia anatomía estructural hasta los detalles más pequeños, sutiles y refinados.
Todo comienza con un tablero, con un plano horizontal ligeramente elevado sobre el irregular y terrenal suelo. Aparentemente algo distante respecto al espacio público que la rodea, la casa japonesa acota sus ámbitos más íntimos (que no siempre privados) mediante una plataforma que le aporta un carácter cuasi sagrado (Fig. 02). A pesar de ello, se trata de una arquitectura próxima, calmada, modesta y abierta.
El ascenso a la plataforma tiene un cierto carácter iniciático o ritual, algo muy habitual en la cultura ancestral japonesa. Cabría recordar aquí a Santiago de Molina cuando, en su texto “Un peldaño mágico”, narra maravillosamente lo que supone el momento previo al acceso al Upper Lawn Pavilion, obra de los arquitectos ingleses Alison y Peter Smithson [I]
Porque, en efecto, subir a ese plano horizontal, descalzarse y sentir las grandes tablas de pino negro japonés crujir bajo nuestros pies es, con toda seguridad, una de las experiencias más intensas que se pueden sentir en lo que a la arquitectura se refiere.
Será sobre ese tablero, en apariencia levitante pero en realidad apoyado sobre unos sencillos elementos de madera, a partir del cual la casa se desarrolle y establezca sus propios principios y reglas. Todo sucederá sobre ese plano horizontal elevado, y la horizontalidad será la componente predominante.
Es más, se podría decir que, pese a su ligereza, ese plano horizontal, esa especie de alfombra voladora suspendida que ni siquiera podemos osar pisar calzados, ejerce una gran fuerza gravitatoria sobre cualquier cuerpo, animado o inanimado, que se sitúe sobre él. Todo, dentro de una casa japonesa, conduce a un centro de gravedad y un punto de vista muy bajos, correspondientes a los de una persona sentada directamente sobre el plano del suelo. Algo que se manifiesta a la perfección, por ejemplo, en las películas de Yasujiro Ozu (Fig. 03).
Pero la casa japonesa no se reduce al tablero del suelo. Su interior nos descubre una estricta y ordenada estructura de vigas y pilares de madera que nos envuelve, y que se modula obsesivamente en base al tatami, una superficie antropomórfica y antropométrica. Una vez más, el ser humano está presente. ¿Qué legitima a un metro cuadrado occidental? En cambio, el tatami tiene su origen en la medida humana, constituyendo una especie de Modulor oriental y primitivo (Fig. 04).
A partir de aquí, espacios continuos, versátiles, configurados mediante ligeros paneles correderos con bastidores de madera e interiores de papel de arroz, cargados de sugerentes transparencias y traslucideces, que siguen el orden inicial marcado por la estructura.
No es de extrañar que estas estructuras y espacios fascinaran a los primeros arquitectos modernos de Estados Unidos y Europa, como Frank Lloyd Wright, Bruno Taut [II] o Mies van der Rohe. O incluso a Louis Kahn, cuyos espacios servidores y servidos tienen mucho en común con los de estas casas, que acumulan los espacios “sucios” de manera estratégicamente densa y compacta, lo que permite liberar e indiferenciar el resto de las estancias.
Para acabar, citaremos la continua presencia de la exuberante naturaleza exterior, que actúa como un telón de fondo cuyos colores y formas mudan en función de las estaciones del año, enmarcados entre los pilares y los grandes aleros de madera que conforman los engawa, esos espacios a medio camino entre el interior y el exterior (Fig. 05).
Se establece así un diálogo entre la madera interior, manipulada por el hombre, y la exterior, viva y que, dado el carácter regenerador de estas arquitecturas, quizá algún sirva como sustituta para ese mismo edificio. Estos espacios ambiguos, ni interiores ni exteriores, nos siguen enamorando a día de hoy, y arquitectos como el australiano Glenn Murcutt los han releído de manera habitual en sus proyectos residenciales (Fig. 06).
Podríamos también hablar de los numerosos tipos de uniones entre las piezas, así como de las distintas técnicas para la conservación de la madera, entre las que se encuentra aquella que consiste en carbonizarla, el Shou Sugi Ban (Fig. 07). Quizás en otro texto.
Todo ello es posible, en gran parte, gracias a la versatilidad de la madera. Y, por eso, probablemente la casa en la que quisiéramos vivir algún día se parecería mucho a una sencilla casa tradicional japonesa.
[I] V. DE MOLINA, Santiago: “Un peldaño mágico”. https://www.santiagodemolina.com/2017/06/un-peldano-magico.html
[II] V. TAUT, Bruno: La Casa y la Vida Japonesas. Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2007.
Editores del post: Maderayconstruccion
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