CUESTIÓN DE JERARQUÍA
En el primero de los artículos que compartíamos, apuntábamos brevemente nuestra visión acerca de los portales de los edificios de vivienda y de cómo entendemos la pérdida de importancia de este espacio dentro de la historia de la arquitectura más reciente (ver artículo aquí).
Es rápido llevar a cabo un pequeño trabajo de memoria y visualizar alguno de los portales que hayamos visitado y encontrar diferencia entre los supervivientes de la primera mitad del siglo XX o ya entrados en los años 50 y 60 y los actuales espacios de entrada que se vienen construyendo estas últimas décadas.
Es fácil quedarse obnubilado al entrar en un portal de los años 20, con sus más de cuatro metros de altura libre, sus frisos o sus pinturas del mismo modo que puedes marcharte tras una visita a la familia, residente digamos en una vivienda de los años 90, sin poder recordar diez minutos después el más mínimo detalle de las zonas comunes del edificio.
No hace falta buscar a grandes arquitectos españoles para refrendar ese cuidado en el diseño de esta importante parte del proyecto, basta pasear por la calle Vallehermoso de Madrid, por la Gran Vía de Bilbao o el Eixample Dret de Barcelona por ejemplo, para descubrir edificios anónimos que cuentan con unos accesos sublimes.
Escala, precisión, luz, detalle para llevara efecto esa parte que, quieras o no, siempre ves, siempre cruzas sea cual sea tu intención una vez dentro. Podrás acercarte a llamar a un amigo, a dejar una carta o a visitar a un familiar, puede que no llegues más lejos del umbral, pero ese espacio de recepción, de acogida y bienvenida, será testigo de tu visita en cualquiera de los casos.
Esto es algo que, hasta hace unas pocas décadas, se tenía claro y, con ello, era parte importante del proyecto. Existirán ejemplos más acertados que otros, sobra decirlo, pero en un nada despreciable porcentaje de la edificación residencial del siglo XX es palpable esa jerarquía, ese peso dentro de un conjunto que tiene un acceso. Esa necesidad de proyectar un espacio de bienvenida como uno de los apartados claves se ha ido perdiendo, víctima algunas veces de la normativa voraz, víctima de la discutible idea de rentabilidad económica en otros.
Cierto es que el exceso normativo de las última décadas influye negativamente en los límites de la exploración espacial o, al menos, exige al diseñador un esfuerzo aún mayor para, sin sobrepasarla, seguir creando espacio dignos pero, en nuestra opinión, el mayor opresor de la calidad (y no sólo en el ámbito puramente arquitectónico) lo encontramos en los “números”.
Un mal entendimiento del concepto de rentabilidad económica de una inversión inmobiliaria ha desembocado en una simpleza matemática de dudosa veracidad: cuántos más metros cuadrados de vivienda, mayor beneficio económico. Y esta máxima, más allá de normativas, ataca directamente a otro concepto “vendible” en tiempos pasados: la calidad espacial. El capital ha apartado de la ecuación al valor económico de la calidad (salvando la famosa “memoria de calidades”) para ceñirse a un cálculo directo de superficie a la venta. Explicándolo de manera ruda: un metro cuadrado de zona común (escaleras, portales, pasillos,…) es un metro cuadrado “no vendido” y, por tanto, perdido.
Obviamente, este funcionamiento es fácil y directamente extrapolable a otras disciplinas pero, en nuestro caso, no cabe sino analizar algunas de las consecuencias cosechadas en nuestra profesión.
Hace años, edificios de viviendas de medianas pretensiones cuidaban y exhibían sus plantas bajas. Fachadas donde el ladrillo, el hormigón o la madera dejaban lugar al vidrio a fin de enseñar unos espacios de gran escala, altos y con enormes superficies, sin renunciar a la luz natural ni a dotar a estos de usos complementarios (garitas, zonas de espera, recibidores,…). Hoy en día, me gustaría ser testigo de la conversación de Fernando Higueras (y su carácter) al explicar a su cliente la necesidad de construir un acceso en planta baja con doble altura y un sinfín de metros cuadrados para liberar visuales o a Antoni de Moragas justificando ante un promotor la necesidad de llevar a efecto una escalera señorial, ocupando así el doble de anchura de la que marcaría el Código Técnico de la Edificación.
A ninguno nos extraña disfrutar de estos espacios ni ver cómo, si cuentan con más de 30 años, la madera, el mármol o el ladrillo caravista dominan su imagen del mismo modo que ninguno de nosotros esperamos nada al entrar en una promoción de viviendas relativamente reciente.
Estaremos de acuerdo en que el uso de los materiales es un elemento más que sólo toma sentido cuando es el resultado de un concepto más amplio, pero no deja de ser representativo el hecho de que la nobleza representada por una serie de materiales sinceros como los comentados haya dejado paso a otros más banales e inertes. Cómo esta jerarquía espacial pasada también acababa representada en empanelados de madera, pavimentos de mármol, la continuidad del ladrillo de fachada hacia el interior o asientos fabricados ad hoc y forrados de piel han dejado paso a cerámicas o papeles, apoyando así un resultado anodino que degenera en esa indiferencia preocupante.
Por suerte, nunca es acertado generalizar y, frente a la afirmación de esta pérdida de nobleza y estatus de los espacio de acceso a los edificios de vivienda, no es difícil encontrar ejemplos de buenos proyectos. Obras que, con esfuerzo, consiguen, de una manera u otra, devolver a los accesos a su posición de espacio primero, de sitio de bienvenida a un mundo distinto, de primer paso al hogar de alguien y primer contacto físico con una arquitectura determinada.
Cierto es que, ahora más que antes, toca luchar a contracorriente pero ejemplos así mantienen la fe en los que sentimos sinceramente que los espacios comunes de los edificios son los grandes castigados del último medio siglo, cediendo su sitio a más locales o más viviendas. Y es que a quién le importa cómo sea el túnel de acceso al avión si, al final, lo que nos preocupa es la revista que nos dejen en nuestro minúsculo asiento, soñando mientras tanto con que alguna de las personas de la tripulación nos ofrezca, con una inquietante sonrisa, sentarnos en la fila que alberga la salida de emergencia.
Editores del post: Maderayconstruccion
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Garmendia-Cordero Arquitectos
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