MADERAS AUSENTES
A lo largo de la historia, la humanidad ha desarrollado diferentes métodos de protección de la madera, que pasan desde la aplicación de lociones, arcillas, lacas, aceites o barnices, hasta el uso de sangre de animal, o incluso su quemado superficial (Fig.01).
Sin embargo, históricamente la madera también ha pervivido en numerosos ámbitos de la arquitectura a la manera del “síndrome del miembro ausente”.
Si nos remontamos al origen de la arquitectura popular egipcia descubrimos que la “gola egipcia”, el origen de la moldura clásica conocida como “escocia”, debe su forma y textura a su encofrado característico (Fig.02). Como ha escrito Luis Borobio, para ello se utilizaba:
[…] verja de juncos que se fijaba al haz de cañas horizontal, para la contención de arcilla de la cubierta y que al curvarse por el peso del barro da origen a la característica coronación de toda arquitectura egipcia[i].
Si la escocia tiene su origen en la expresión de su encofrado, el origen de los órdenes clásicos también resulta de la abstracción de una construcción en madera y su posterior traslación a piedra (Fig. 03). De esta misma forma, y como ha apuntado John Summerson, los triglifos de un friso dórico derivan de la reinterpretación en piedra de los frentes de las vigas transversales que descansarían sobre los durmientes perimetrales (arquitrabe) de las originarias construcciones clásicas en madera, mientras que las metopas serían los huecos existentes entre dichas vigas. Conjuntamente, todo ello dio origen a lo que conocemos como entablamento[ii].
Por tanto, paradójicamente la madera ha seguido siempre presente, mediante su ausencia, bien a través de su metamorfosis en otro material o como molde o germen de otros sistemas constructivos. Por ejemplo, durante el periodo Barroco se utilizaban construcciones en madera para generar todo tipo de escenografías o arquitecturas efímeras que evocaban desde paisajes pétreos a ensoñaciones líquidas.
Ya en el siglo XX, y haciendo las veces de molde, la madera ha permitido generar piezas de diseño industrial, desde premoldes de engranajes a otras piezas memorables (Fig. 04).
Entre ellas, el jarrón Savoy de Alvar y Aino Aalto, diseñado para el pabellón finlandés en la Exposición Universal de París 1937 y realizado mediante el soplado del vidrio en el vaciado de un tronco (Fig. 05); o el desarrollo de las conchas de madera laminada que generarían el conocido mobiliario plástico de Charles y Ray Eames.
Sin embargo, donde este molde se hace patente en la arquitectura es en la historia, seguramente todavía por escribir, de los encofrados. En palabras de Andrea Deplazes:
Al contrario de lo que sucede con el muro de fábrica, el hormigón (hormigón visto) oculta su interior. El hormigón visto no explicita su vida interior, sino que oculta su profunda estructura bajo la envoltura de una delgadísima superficie. Abstrae y hurta a los sentidos todo aquello que les sería perfectamente comprensible: el entendimiento de la composición del hormigón y “cómo produce una impresión”[iii].
Es precisamente en esa “delgadísima superficie” a la que alude Deplazes donde aparece la madera “oculta” del hormigón “visto”, un material que definitivamente renuncia a su condición líquida primigenia, aquella que tanto anhelaba evocar Miguel Fisac mediante sus encofrados flexibles, para convertirse en la manifestación “ultra-sólida” de sus diversos encofrados (Fig. 06). Los tableros, tablas o tablillas generarán juntas de todo tipo, ya sean lisas o rehundidas, pero siempre como el negativo de esas modestas y calladas maderas ausentes de variadas características. Dichas maderas, que según su tratamiento transmiten y plasman su materialidad a otros materiales para pervivir de manera latente en una nueva naturaleza, generalmente tienen un final similar a la pupa del imago que, una vez cumplida su función, desaparece de manera silenciosa.
En unas ocasiones, la madera se reutiliza de manera optimista y cotidiana, como sucede en el maravilloso proyecto de Josep Ferrando en Chile donde se apropia de distintos encofrados de las viviendas colindantes.
Y en otras, más trascendentes, se le da un final digno de una ceremonia religiosa primitiva, como ocurre en la capilla del Hermano Klaus, obra de Peter Zumthor en Mechernich, Alemania (Figs. 07).
Esta preciosa capilla se construyó mediante la técnica del “hormigón enramado”. En primer lugar, interiormente se dispusieron 112 troncos extraídos del bosque de Bad Münstereifel a modo de tienda de campaña. Posteriormente se construyó un encofrado exterior perimetral de cierre en forma de prisma irregular. Mediante 24 tongadas sucesivas, de 50cm de altura cada una, se ocupó el espacio contenido entre ambos encofrados, para finalmente quemar los 112 troncos durante 3 semanas. Se generó así un espacio interior mágico que evoca ese maravilloso proceso iniciático[iv]. De este modo, el vientre ahumado de esta pequeña capilla de hormigón se convierte en un bosque ausente en el que meditar y acercarse al desaparecido Hermano Klaus (Figs. 08, 09).
En definitiva, un extenso abanico, aquí apenas esbozado, de situaciones en las cuales la madera está sin estar, y se hace presente mediante su ausencia. Pretendemos que este sencillo texto sirva al menos para reivindicar esa callada y modesta madera ausente que vive, pervive y trasciende el tiempo mediante su huella y su recuerdo.
[i] BOROBIO, Luis: Notas de Historia del Arte. T6 Ediciones, Pamplona, 1996, pp. 28-29.
[ii] Cfr. SUMMERSON, John: The Classical Language of Architecture. 1ª ed.: Thames & Hudson Ltd., Londres, 1974. (Versión castellana de Justo G. Beramendi y Ramón Álvarez: El Lenguaje Clásico de la Arquitectura. De L. B. Alberti a Le Corbusier. 2ª ed. ampliada, 10ª tirada: Gustavo Gili, Barcelona, 2006, pp. 18-19).
[iii] DEPLAZES, Andrea (ed.): Construir la Arquitectura. Del Material en Bruto al Edificio. Un Manual. Gustavo Gili, Barcelona, 2010, p. 57.
[iv] Cfr. PALACIOS, Dolores: “La capilla del humo. Capilla Brother Claus. Peter Zumthor”, A x A: una Revista de Arte y Arquitectura, n. 1, 2014.
Editores del post: Maderayconstruccion
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