CUESTIÓN DE SENTIMIENTO
Siempre he pensado que en el uso de la madera existe una justificación romántica más presente que en el resto de materiales que podamos llegar a utilizar a la hora de crear espacios. Algo emocional ajeno a las numerosas razones técnicas con las que ya cuenta que lo convierte en un material diferente, en un elemento capaz de enamorar en cualquier estado y forma. Un material con un encanto más allá de lo constructivo.
Es una de esas pocas cosas que provoca casi unanimidad. Qué difícil resulta cruzarte con alguien que repudie la madera, ni siquiera nadie que muestre indiferencia ante ella. He de decir que a mí me pasó una vez, todavía recuerdo el momento y cómo me sentí, descolocado, aturdido, sin saber qué decir ni cómo continuar la conversación.
Y es que mi relación con la madera es anterior a mis propios recuerdos ya que mi aitite (abuelo), una de las, a día de hoy, personas más bellas que he conocido jamás, era carpintero. Dormí los primeros años de mi vida en una cuna fabricada por él, una cuna que además se transformaba en mesa, acompañándome así muchos años más, supongo que sólo por eso entenderéis que ni puedo ni quiero ser imparcial con ella.
Siempre he sentido predilección por la madera, por sus posibilidades formales, su textura y su imagen, pocas veces he dejado de sentir la necesidad de que hacía falta en un proyecto, de que, si no aparecía, algo faltaba. Como esto es algo que no puedo justificar constructivamente la mayor parte de las veces, me decanto por pensar, como decía al principio, que mis razones son emocionales, tangibles, sí pero sentimentales.
Porque pisar descalzo un suelo de roble macizo o juntar en un mismo golpe de ojo un pilar de hormigón descarnado con un listón de pino son cosas que, para mí, nos hacen sentir mejor, más confortables y tranquilos, más en casa. Y no sabría decir por qué.
En nuestro estudio siempre defendemos y nos aplicamos la obligación de justificar cada decisión de proyecto, entendemos esto como una premisa básica a la hora de buscar el mejor de los resultados. Esta justificación es muchas veces espacial y otras tantas, constructiva. Sinceramente, creemos que, bajo este modelo, se consigue que, en mayor o menor medida, todo acabe encajando, todo termine ocupando su lugar y conformando un conjunto válido para su pretensión. Sin embargo, a la hora de enfrentarnos a la pregunta de ¿por qué la madera? muchas veces nos revolotean ideas como ¿y el mantenimiento? ¿será demasiado blanda? ¿demasiado cara? y pocas veces la respuesta que se impone es la solución alternativa. Entonces, ¿por qué? y aquí volvemos a lo mismo: por su carisma, porque sólo ella consigue que todas las demás decisiones acaben atadas en vez de hilvanadas.
Si hacemos una analogía rápida y banal, existen personas que nos atraen, nos emboban sin ser las más bonitas, ni las más listas ni siquiera las más agradables. Personas que, sin saber explicar científicamente por qué hacen que queramos estar a su lado el mayor tiempo posible. Pues bien, esa es la madera. No tiene la presencia del hormigón ni la resistencia de la cerámica pero hace que cada uno del resto de materiales sea mejor si les acompaña.
Seguramente sea por esto que cuento que, sin pretenderlo ni buscarlo, sin querer provocarlo o tenerlo decidido de antemano, en la mayor parte de nuestros proyectos acaba apareciendo la madera, en mayor o menor medida y con más o menos protagonismo.
Quizás por la obsesión que tenemos por crear espacios que acojan al usuario y le transmitan calma y equilibrio necesitamos esas cualidades románticas para poder enfrentarlas a la rudeza del clima que nos envuelve, para poder equilibrar y encarar el uso de otros materiales también imprescindibles para contar lo que queremos. Porque en ocasiones hemos necesitado una piedra descarnada o un hormigón machacado para dar forma a una historia existente en un espacio, para dar voz a lo que allí había o simplemente para devolver a un elemento su presencia. Y cuando esto ha ocurrido, la madera, fuera de la manera que fuera, ha entrado en juego para, al mismo tiempo que se convertía en clave del espacio, poner en valor esa preexistencia.
En proyectos como la casa LB05 o el bar Soka, ambos en Bilbao, la madera de pino alistonada aparecía suave y delicada para dialogar con los potentes muros de hormigón y piedra respectivamente y, entre ambos, generar espacios, visuales y sensaciones que lejos de menospreciar los elementos anteriores, ponían en valor la dualidad nuevo-viejo.
Otras veces, hemos utilizado la madera para dotar de una nobleza perdida, como ha sido el caso de los proyectos de supresión de barreras, donde nuestra mayor aspiración fue (y es) la de devolver a los portales de acceso a los edificios de viviendas al lugar que merecen y que décadas atrás ocupaban. Entender la madera como el material noble por excelencia, como representación de sabiduría y entereza que ayuda, como una parte más de estos proyectos, a volver a entender esos lugares como lo que fueron, el espacio de bienvenida a todo aquel que vuelve a casa.
No sé si todo aquello que buscamos en esas obras lo podríamos haber conseguido de otro modo, intuyo que sí, pero fue nuestra manera de ejecutarlo, la que no surgió de manera natural, la que nos pidió el proyecto en cada ocasión y, al menos para nosotros, el papel de la madera fue fundamental.
Empezaba el texto aludiendo a esas características románticas, dejando a un lado sus enormes capacidades constructivas, y por estas mismas quiero terminar. Porque así lo entendemos, porque sentimos la madera como el último material romántico, ese último elemento que, ante la evolución tecnológica, la creación de nuevos materiales o la reaparición de otros olvidados, se ha mantenido discreto y callado, asumiendo con entereza imitaciones y falsos manás para, después de tantos siglos como tiene nuestra historia, seguir presente en cualquier imagen que nos llegue al cerebro a través de nuestros ojos y seguir siendo indispensable para algunos pocos románticos que no sabemos conseguir enamorar sin ella.
Editores del post: Maderayconstruccion
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Garmendia-Cordero Arquitectos
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